Hay una foto que guardo como un tesoro. No es solo un recuerdo; es mi ancla y mi motor. Cada vez que la miro, me conecta con el origen de todo: quién soy, de dónde vengo y, sobre todo, para qué estoy aquí.

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Nací en una familia humilde, de esas donde el trabajo duro era el pan de cada día y el apoyo incondicional, el verdadero legado. Mis padres, con la sabiduría del corazón, siempre alimentaron un sueño que para muchos podría parecer lejano: el de ser empresario. No recuerdo un momento en el que no me sintiera apoyado, incluso cuando mis ideas parecían desafiar la lógica de lo establecido (algo que me sucedía a menudo). Esa fe inquebrantable fue mi primer gran capital.

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Desde muy joven, me fascinaba el arte de gestionar empresas y proyectos. Devoraba biografías, no de héroes de ficción, sino de esos grandes inversores y empresarios que se hicieron a sí mismos. Veía en sus historias la chispa de lo posible, la prueba de que con visión y esfuerzo, las ideas podían volar.

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Mi camino me llevó a la Universidad de Sevilla, donde me hice Graduado Social. Pero mi sed de conocimiento no paró ahí; me sumergí en un Máster en Asesoría Fiscal y otro en Contabilidad. Cada concepto, cada cifra, era un paso más hacia ese sueño que ardía dentro de mí. Y en cuanto la teoría se asentó, no hubo dudas: era el momento de lanzar mi propio proyecto, de asesorar a empresas y ayudar a otros a volar alto.

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Jamás olvidaré a mi primer cliente y amigo. Se llama Regino, un amigo de mi padre. Un hombre con una valentía inmensa, capaz de confiar en un chaval recién salido de la universidad, con más ganas que experiencia, pero con una pasión desbordante. Regino fue mi primer gran "sí"; Y él me abrió otra puerta, la de Luis Noguero, un fabricante de puertas de cocina, un empresario que no solo creyó en mí, sino que me dio su total confianza. Para él, empecé siendo un contable en su fábrica; pronto me convertí en su asesor. Recuerdo también con especial cariño a Jesús Fernández y a José Manuel Sánchez, personas maravillosas que formaron parte de esos inicios.

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Mi primera oficina, la de verdad, fue mi propia casa. Allí, entre papeles y sueños, atendía a cada uno de ellos en una habitación reconvertida en despacho (en la Foto). Era un inicio humilde, pero lleno de propósito. Fue el primer despegue.

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Han pasado treinta años desde entonces. ¡Treinta! Un viaje increíble, repleto de aciertos y errores, experiencias, de desafíos superados y, sobre todo, de proyectos que han tomado forma y han prosperado. En este camino, he tenido la fortuna inmensa de colaborar con personas fantásticas: compañeros de equipo que han puesto su talento y corazón, clientes que se han convertido en verdaderos socios y amigos, y proveedores que han crecido a nuestro lado. La mayoría, más que contactos, son ya familia elegida.

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Hoy, miro hacia adelante con la misma ilusión y la misma energía. Tenemos muchísimos proyectos nuevos por desarrollar, nuevos horizontes que explorar y empresas a las que ayudar a alcanzar su estado ingrávido. Y cada día, al mirar a mi equipo, les repito lo que me enseña esa foto: nunca, jamás, debemos olvidar de dónde venimos, quiénes somos en esencia, y para qué estamos aquí. Porque es esa raíz, esa pasión original, la que nos permite seguir impulsando empresas hacia un éxito sin límites.

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Te ayudo a empezar.